Texto de paciente A.B.
Reflexión de nuestra amiga A. B. sobre su alta en Unidad de Día. Dedicarle unos minutos para leerla porque merece mucho la pena. ❤️
Enhorabuena por todo lo que has conseguido y por todo tu esfuerzo y confianza en tus terapeutas. ❤️
Como para cada uno aquí, esta enfermedad tiene un principio. Un principio en el que creemos que la enfermedad es nuestra mejor amiga, una mejor amiga que nos promete una vida muy feliz. En mi caso me di rápidamente cuenta de que era una estafa. De que todo lo que obtenía era negativo. Pero ya era tarde. La tristeza y el miedo se habían apoderado de mí. Poco a poco me fui encerrando, dejando de lado las relaciones que tenía con mis amigos y con mi familia. Todo el mundo se había vuelto mi enemigo. Mi vida giraba alrededor de la comida y del control de mi físico. Quería conseguir lo que me imponía la enfermedad, da igual lo que costara. Estaba encarcelada en mis propios pensamientos, cualquier cosa me daba miedo y no podía actuar con normalidad. Me obligaba a ir a clase y a dar todo de mi, era mi única “vía de escape”. Al menos eso pensaba. Y cada vez era más exigente conmigo misma. No tenía relaciones con casi nadie, porque algo tan simple como una quedada me parecía fuera de alcance. La relación con mi hermana empeoró mucho, con mi madre también. Mi padre no entendía muy bien lo que me estaba pasando, se sentía impotente.
Hasta que un día me di cuenta de que el monstruo que estaba creciendo dentro me restaba más que otra cosa, que me estaba inhibiendo y que la situación no iba a mejorar con el tiempo. Y entonces empezó la dura lucha entre ganas de recuperarse y miedo a enfrentarme a ello. Una lucha interna que hubiera podido durar toda la vida. Pero en mi mente no cabía la posibilidad de seguir viviendo así. Entonces pedí ayuda, a muchas personas. Y fue un camino largo hasta conseguir una verdadera ayuda. Hasta España, imaginaros. Pero nunca deje de pedir ayuda, porque sabía que sola no lo conseguiría.
Y entonces una nueva etapa se abrió en mi camino : mi llegada a España. Para mi era la oportunidad de romper con todo lo que me hacía daño, para
empezar de cero. Pero la enfermedad no tiene fronteras, y conmigo se vinieron todos mis miedos y mis pensamientos. Necesitaba encontrar ayuda aquí y fue lo que me ofreció elca. Cuando me propusieron entrar en unidad de día, me asusté mucho… ¿Cómo me iba a perder mi Erasmus por estar en una clínica? En realidad fue todo lo contrario.
Entonces empecé con el tratamiento, sin saber muy bien adonde me iba a llevar todo eso. Dependía únicamente de mi persona coger o no el camino hasta elca cada mañana. Por las noches estaba solita en casa, sin nadie para ayudarme a llevar a cabo las pautas. No fue nada fácil, y más de una vez pudiera haber mandado todo a tomar viento, pero ofrecerme la oportunidad de recuperarme era más atractivo que la idea de seguir viviendo tal y como me lo imponía la enfermedad. Tuve miedo, sí, pero me dejé totalmente guiar por los terapeutas, a ciegas y sin pensarlo mucho. Y es que creo que de eso va un tratamiento. Empezaron los retos nuevos, las actividades de Javi que tanta pereza o
miedo nos dan pero que tanto nos enseñan… Y poquito a poco fui consiguiendo cosas, conociendo a gente nueva, perdiéndole el miedo a salir. Me di cuenta de que trataba de enfrentarse y no parar de hacerlo para que la enfermedad supiera quien estaba volviendo al mando. Todo ese proceso no fue un camino tranquilo, también tuve mis bajones. En esos momentos mi libreta era mi aliada. Para desahogarme, para intentar analizarme, o simplemente para tranquilizarme. Hacer registros, coger un boli o el móvil para escribir ayuda mucho. Ayuda a conocerse mejor, ayuda a conocer la enfermedad y si conocemos los mecanismos de la enfermedad, es más fácil ponerle trabas. Conocer al enemigo ya es derrotarlo.
Todo parecía ir debidamente, ¿para qué seguir yendo a elca? ¿por qué no me daban más libertad? Pues es que la enfermedad es muy tramposa. En el fondo me daba cuenta de que la enfermedad seguía presente pero de otra forma. Los síntomas habían cambiado y no quería reconocerlo, porque reconocerlo era aceptar que quedaban cosas por trabajar, era admitir que la enfermedad seguía teniendo poder. Y todo eso me daba miedo. Entonces oculté cosas porque quería que me vieran bien. A veces contaba las cosas a medias, o me escondía detrás de una sonrisa para hacerles creer que no pasaba nada, que no me afectaba. Y es lo peor que podemos hacer. Porque es dejarle margen a la enfermedad cuando toca cortarle los pies. Y porque los terapeutas conocen eso mejor que cualquiera y tarde o temprano se darán cuanta de lo que está pasando.
Tomé consciencia de lo que estaba ocurriendo, y me desanimé mucho. Pensaba que nunca iba a conseguir mejorar, que para qué tantos esfuerzos… Me echaba la culpa pensando que yo era la responsable de todo lo que me ocurría, que yo no había sido lo suficientemente firme conmigo misma. Y ahora lo pagaba con la distorsión y las comparaciones, que no me dejaban en paz. La enfermedad me atacaba donde nunca me había atacado antes. Me daba mucho miedo y me dolía. Pero ya me había demostrado que enfrentándose se conseguían las cosas. Me pusieron otras pautas, algunas de ellas que ya me habían quitado. Fue un golpe duro pero me rebatía pensando que si eso me iba a ayudar, entonces no tenía que darle más vueltas. Una pauta no dice nada del estado de la persona, es solo una muleta y hay que usarla como tal.
Tenía que romper mis barreras mentales para avanzar. Me rebatía mucho los pensamientos y no paraba de hacerlo. Al principio rebatirme no me tranquilizaba, los pensamientos, la distorsión, todo seguía igual de fuerte y molesto, pero un día me di cuenta de que rebatirme me requería menos esfuerzos. Se había vuelto algo más automático. No me dejaba afectar tanto por esos síntomas, pues me había dado cuenta de que nunca iba a salir ganando.
Y ahora sí puedo decir que la enfermedad se va callando cada vez más. Sé perfectamente que para ello hay que ser constante, confiar mucho en los terapeutas y en uno mismo y no tirar las toalla. Hay que ser sincero, aunque de miedo, es la base. Hay que llorar si hace falta, enfadarse, patalear… (Cosa que me ha costado mi trabajo). Exteriorizar todo lo que está consumiéndonos por dentro. Y darse tiempo. Recuperarse no es una carrera. En el camino he aprendido a valorar lo conseguido, a rebajar algunas expectativas que tenía, a no querer correr cuando apenas había vuelto a andar. He aprendido que la relación perfecta no existe, ni con una madre, ni con una amiga, ni con una pareja. He aprendido a reconocer mis emociones y a escucharlas cuando antes ni era consciente de ellas. Eso y mucho más.
Así que por último os quiero recordar que la ayuda que recibimos aquí solo funciona cuando aceptas recibirla. Nadie ha venido a hacer las cosas para mi, siempre he querido seguir adelante. Y todos tenemos la oportunidad de seguir adelante, trata de saber aprovecharla.
A.B.